La Economía -hasta entonces nacional y popular- quedaría impúdicamente al descubierto por la impotencia de los “nacionalistas” sin pueblo que asaltaron el poder en esa frustrada etapa de Eduardo Lonardi. Sin proyecto propio, entregarían la economía a la tutela de los “prestigiosos” técnicos liberales.
Por esos días de octubre había llegado a la Argentina Raúl Prebisch. Aquél que se desempeñara junto a Pinedo durante la Década Infame y que era ahora el director ejecutivo de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina) dependiente de la ONU. En agosto de 1955 había comentado, sobre el estado de nuestra economía:
“La rápida recuperación de la industria argentina en 1954 recibió el impulso inicial del aumento de sueldos y salarios, que originó una intensa demanda de bienes de consumo […y una] subida del nivel de producción”.
El gobierno de Lonardi le encargó al ilustre visitante Prebisch la preparación de un
diagnóstico sobre la situación económica. Ese diagnóstico debe ser –necesariamente- lo
suficientemente catastrófico como para justificar un giro drástico, que desmonte todos los
mecanismos establecidos durante el gobierno peronista.
Los antecedentes del personaje son tales, que harán advertir a Scalabrini Ortiz desde las
páginas del diario El líder: “El gato es mal guardián de las sardinas…”.
El 26 de octubre de 1955 el flamante asesor ha terminado. Esa noche, Lonardi habla por
la cadena radiofónica para dar cuenta a la ciudadanía del estado desastroso en que se
encuentra la economía del país: según Prebisch: “la Argentina atraviesa por la crisis más
aguda de su historia; más que aquella que el presidente Avellaneda hubo de conjurar
‘ahorrando sobre el hambre y la sed’, y más que la del 90 y que la de hace un cuarto de
siglo (en 1930), en plena depresión mundial”.
Al gobierno dictatorial no le importó la contradicción existente entre informes -con un año
de diferencia- y lo tomó como cierto.
Al otro día, los diarios publican el informe preliminar: se han maquillado las cifras de modo
tal de inventar una crisis que no existe. En más de un caso las maniobras son burdas: tras
dos años de superávit comercial, se adjudica a 1955 un déficit de 186 millones de dólares
¡y el año aún no había terminado! Y en noviembre el dibujo llegó a los 200 millones de
dólares. Nadie le preguntó a los funcionarios del Banco Central si los datos arrojados con
tanta liviandad eran ciertos: según el balance de pagos de 1955, la Argentina debía 155
millones de pesos, que dolarizados eran menos de 30 millones. También se falsean los
datos del endeudamiento externo, haciendo pasar como compromisos de vencimiento
inmediato los que son saldo de comercio bilateral compensables con mercancías.
Las inexactitudes del informe no tardarán en ser advertidas por el mismo Scalabrini,
desde las páginas de El líder y por Arturo Jauretche en un libro escrito “a las luces
vacilantes del vivac” –según su propia expresión-: “El retorno al Coloniaje”.
No obstante esas demoledoras críticas, el informe y el plan concordante de Prebisch
serán adoptados por el gobierno de facto. Se trata –por supuesto- de acabar con el
“dirigismo” estatal, los aumentos salariales y los excesos sindicales que resienten la
rentabilidad empresarial y la productividad; recuperar la “moneda sana” y acabar con la
inflación. Propone restablecer la libertad económica. Pero, contradictoriamente, considera
necesario devaluar el peso para producir una transferencia de ingresos hacia los
productores agropecuarios, despojados por la política “perversa” del peronismo. Sólo el
aumento de las exportaciones de ese origen podrá salvar al país de la bancarrota externa.
Imprecaban disminuir el consumo “excesivo” que alentó el peronismo y traspasar a la
iniciativa privada la mayoría de las empresas administradas por el Estado.
Lo cierto es que Lonardi no tendría tiempo de avanzar mucho, exceptuando la
devaluación sugerida. Aramburu, que le sucedería en la dictadura, se ocuparía de
concretar “el retorno al coloniaje”.
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