María Remedios del Valle había nacido en Buenos Aires –entonces capital del
Gobierno de Buenos Aires en algún tiempo anterior a la formación del Virreinato del Río
de la Plata- en el último tercio del siglo XVIII (los últimos estudios conjeturan que fue 1766
o 1767). María Remedios, sin conocerse exactamente la fecha en que toma conciencia de
ello, crece sufriendo una triple discriminación: por pertenecer a las clases populares, por
ser mujer y por genéticamente responder a la etnia afroargentina; el sistema colonial de
castas la “clasificaba como parda”. Sin embargo, impulsada por su rebeldía encontraría su
propio camino en la lucha heroica por la Patria.
Actuó como auxiliar en la Invasión Británica a Buenos Aires. María Remedios del
Valle auxilió al Tercio de Andaluces, uno de los cuerpos milicianos que defendieron con
éxito la ciudad. Según el parte del comandante de ese cuerpo, “Durante la campaña de
Barracas, asistió y guardó las mochilas para aligerar su marcha a los Corrales de
Miserere”.
Adhiere, el 6 de julio de 1810, junto a su esposo y sus dos hijos (uno de ellos
adoptivo), a la Revolución de Mayo y, poco después, se integra como auxiliar y
combatiente al Ejército del Norte en la primera expedición auxiliadora al Alto Perú.
María Remedios del Valle se incorporó a la marcha de la 6ª Compañía de artillería
volante del Regimiento de Artillería de la Patria al mando directo del capitán Bernardo
Joaquín de Anzoátegui, durante toda la guerra de Independencia de la Patria Grande,
participando en las batallas de El Desaguadero, Salta, Vilcapugio y Ayohuma;
precisamente Remedios fue una de las llamadas “niñas de Ayohuma”, aquellas que
asistieron al derrotado ejército de Manuel Belgrano aquel 14 de noviembre de 1813. Por
su comportamiento, el General Belgrano la designa “Capitana del Ejército”.
Acompaña luego a las huestes de Juan Antonio Álvarez de Arenales y Martín
Miguel de Güemes empuñando armas y ayudando a los heridos en los hospitales de
campaña, asistiendo a la muerte de su marido y de sus hijos, sin abandonar su temple.
Herida de bala y tomada prisionera por las fuerzas absolutistas, es azotada públicamente
nueve días que le dejarían cicatrices de por vida, pero, así y todo, logra fugar para
reincorporarse luego a las fuerzas patriotas. Aunque allí, desde el campo de prisioneros,
ayudó a huir a varios oficiales patriotas.
La trayectoria de esta “coronela negra” constituye un ejemplo de lucha, pues
habiendo sido herida en seis oportunidades, no decrece en su ímpetu en la lucha contra el
enemigo colonialista.
Ella continuó sirviendo como auxiliar durante el exitoso avance sobre el Alto Perú,
y también en la derrota de Huaqui y en la retirada que siguió. En vísperas de la batalla de
Tucumán se presentó ante el General Belgrano para solicitarle que le permitiera atender a
los heridos en las primeras líneas de combate. Belgrano reacio -por razones de disciplina-
a la presencia de mujeres entre sus tropas, le negó el permiso, pero al iniciarse la lucha
Del Valle llegó al frente alentando y asistiendo a los soldados quienes comenzaron a
llamarla la “Madre de la Patria”. Como se dijo, tras la decisiva victoria, Belgrano la nombró
Capitana de su Ejército.
Años después –en 1827- se encuentra en Buenos Aires, en la Plaza de la Recova
o en el atrio de San Francisco, pidiendo limosna –según la rescata del olvido Carlos
Ibarguren-. Planteado su caso en la Legislatura, se resuelve ratificar el cargo de Capitán
de Infantería, pasando así a percibir un sueldo, que le permite abandonar la mendicidad.
En 1829, es ascendida a sargenta mayor de caballería. Luego, Rosas, en un
decreto del 16 de abril de 1835, la incorpora a la Plana Mayor Activa del Ejército, con
jerarquía y sueldo, como modo de aliviar su situación económica. En esa oportunidad,
como reconocimiento, le da su apellido y pasa a llamarse Remedios Rosas.
Fallece el 8 de noviembre de 1847. Un periódico de la época informa: “Baja. El
mayor de caballería Doña Remedios Rosas falleció”.
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