Perón estaba alertado de la traición por un descuido del general Videla Balaguer. Por eso el general Aramburu, uno de los dirigentes la conspiración, resolvió postergar la rebelión.
Entonces Lonardi resolvió hacerse cargo de la jefatura del movimiento, uniéndose los aramburistas y la Marina que vivía en conspiración permanente.
Comandos civiles católicos, provenientes de las clases altas de la ciudad, se organizaron
en Córdoba acatando las órdenes de Lonardi. La estrategia era sublevarse desde ;La
Docta;. Las guarniciones de Buenos Aires eran impenetrables y rezar para que Perón no
decidiera resistir la chirinada.
El plan políticamente -y no militar- parecía acertado. La asonada lonardista incluía las
guarniciones de Córdoba, Cuyo, el Litoral y Neuquén, más pocas divisiones de la fuerza
aérea y toda la Armada. La inseguridad imperaba.
A las 00 hs del 13 de septiembre, Lonardi tomó su automóvil. En Guido y Pueyrredón
(CABA) subió al capitán de navío Ricardo Palma. Éste le afirmó la lealtad incondicional de
la marina de Guerra al pronunciamiento, que iba a estallar el 16 de septiembre. La
Armada debía bloquear al puerto de Buenos Aires "y proceder sin contemplación alguna,
previa intimación de rendición y aviso a la población civil, al bombardeo intermitente de la
zona ribereña, concentrando el fuego sobre el ministerio de Ejército, Correos y Casa de
Gobierno";.
La historia argentina ofrece analogías de este hecho: hay un conductor de un pueblo,
cuando llega el momento decisivo parece diluirse, dejando hacer a los demás que
representan a los intereses del antipueblo.
Lonardi dio instrucciones finales a los oficiales conjurados esa medianoche del 15 de
septiembre -en casa de Calixto de la Torre, en Córdoba-, ordenó que el santo y seña sería
Dios es justo: "Hay que proceder, para asegurar el éxito final, con la máxima brutalidad",
expresó.
Los jóvenes católicos y ofiches de baja graduación lo rodeaban esa noche. Pero los que
desempeñarían altos cargos militares y políticos en la “revolución libertadora” (que
derrocarían al propio Lonardi) se quedaron en su casa jugando al TEG en pijamas. Fue lo
que hicieron (dicho por la hija de Lonardi) los coroneles Juan Carlos Lorio, Carlos Salinas,
Bernardino Labayrú, Luis Leguizamón Martínez y Octavio Cornejo Saravia.
En la madrugada del 16 los puestos de guardia de la Escuela de artillería fueron tomados
por los conspiradores. Lonardi con su insignificante grupo insiste: "Señores: vamos a
llevar una empresa de gran responsabilidad. La única consigna que les doy es que
procedan con la máxima brutalidad"..
La Fuerza Aérea se pasó a los sediciosos. La Marina entró en operaciones e intimó al
gobierno a la rendición. Lonardi logró ocupar la ciudad de Córdoba, estableciendo allí su
cuartel general. Los ejércitos del general Iñiguez y del general Morello rodeaban la ciudad,
uno desde Alta Córdoba y otro desde Alta Gracia. Esperaban órdenes del comando leal
para avanzar. Muy superiores a los raleados soldados y oficiales de la Escuela de
Artillería de Lonardi; tampoco tenían infantería. Lonardi le dijo al coronel Osorio Arana:
"Osorio: creo que hemos perdido, pero no nos rendiremos. Vamos a morir aquí ".
Llega el general Lagos en avión, desde Mendoza, para conocer la situación y Lonardi le
confiesa: "Sólo controlo el suelo que piso"
Lagos, optimista como las hienas (aunque no reía), volvió a Mendoza.
En cuanto a la marina de Guerra, en un derroche de valentía, bombardeó la destilería de
petróleo de Mar del Plata. El 19 de septiembre el almirante Rojas, comandante en jefe de
la Armada, intimó al general Lucero, jefe del comando leal al gobierno peronista, la
rendición "so pena de bombardear la destilería de La Plata y los objetivos militares de la
Capital: usinas de Italo y Segba, edificio del ministerio de Ejército y, desde ya, la Casa
Rosada". El general Aramburu, tardíamente, se incorporó al movimiento con un grupo de
oficiales con el propósito de tomar la guarnición de Curuzú-Cuatiá, pero fracasó en el
intento.
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