Carriego, en sus primeros poemas, no se pudo substraer de la influencia de Rubén Darío: pero esa es la parte de su creación menos interesante. El verdadero poeta nace cuando se le revela en toda su grandeza y toda su miseria Buenos Aires, mejor dicho su barrio, sus voces, sus costumbres. Encuentra la tonalidad acertada para definir ese cromatismo.
Aceptado en la historia literaria como “el poeta del arrabal”.
Rossler, a través de Borges, nos indica el día en que surgió en Carriego esa revelación:
“Un día entre los días […] de 1904, en una casa que persiste en la calle Honduras,
Evaristo Carriego leía con pesar y con avidez un libro de la gesta de Charles de Baatz,
señor de Artagnan […] Dumas le ofrecía lo que a otros le ofrecen Shakespeare o Balzac,
o Walt Whitman, […] la plenitud de la vida; con pesar, porque era joven, orgulloso, tímido
y pobre, y se creía desterrado de la vida. La vida estaba en Francia, pensó, en el claro
contacto de los aceros, o cuando los ejércitos del Emperador anegaban la tierra, pero a
mí me ha tocado el siglo XX, el tardío siglo XX, y un mediocre arrabal sudamericano… En
esa cavilación, estaba Carriego cuando algo sucedió. Un rasguido de laboriosa guitarra, la
despareja hilera de casas bajas vistas por la ventana, Juan Muraña tocándose el
chambergo para contestar un saludo […], la luna en el cuadrado del patio, un hombre
viejo con un gallo de riña, algo, cualquier cosa. Algo que no podremos recuperar, algo
cuyo sentido sabemos pero no cuya forma, algo cotidiano y trivial y no percibido hasta
entonces, que reveló a Carriego que el universo (que se da entero en cada instante, en
cualquier lugar y no solo en las obras de Dumas) también estaba ahí, en el mero
presente, en Palermo, en 1904”.
Había en Evaristo Carriego un hombre muy talentoso, muy inteligente -que no es lo
mismo que intelectual- que apareció en el momento histórico justo. Carriego fue dueño de
todo eso. Él descubrió aquello que por tan inmediato, por tan cercano, no daba vía libre a
la imaginación. Su problema era ganarle la partida a la enfermedad, la obra destructiva
que nos depara irremediablemente el tiempo.
En él la sensiblería adquiere una construcción especial, que en sus admiradores es casi
un vicio, aunque a él también lo haya acariciado sin comprometerlo. Faltaba ese tono
doméstico urbano que lo alcanzó a él con un gesto exagerado, definiendo los matices con
trazos gruesos, jactarse de la originalidad creada, sin detenerse en otras exquisiteces, en
el equilibrado balance de los elementos aleatorios. Carriego da la totalidad expresiva, crea
el mito, la leyenda; traslada, sin deformarlos, los ámbitos y los personajes. Y cuando deja
la crónica, el detalle más puntilloso, nos ofrece también la nota puramente lírica, síntesis
de todo lo observado. Claro que la suya no es la poesía del batón y la alpargata; pero no
faltó algún discípulo que degradó lo prístinamente popular. Carriego es el que enseña a
respirar a la ciudad, el guía tranquilo e irremplazable de los atardeceres del arrabal. En
eso, es el fundador.
Evaristo Francisco Estanislao Carriego, nació en Paraná, Entre Ríos, el 7 de mayo de
1883. Después se trasladó con su familia al barrio de Palermo en Buenos Aires (Honduras
entre Bulnes y Mario Bravo). Se aferró a ciertos cariños íntimos, el amor de una
muchacha muerta y los amigos entrañables. Visitó redacciones y revistas -anarquistas
algunas- como La Protesta. Son años de discusiones sobre las ideas importadas y la
literatura vigente: "...el centro aquel tan curioso –dice su amigo Más y Pi-, que se
constituía en la redacción de La Protesta, que era entonces, un diario anarquista simple
de ideas, donde se hacía más literatura que acracia, y donde el encanto de una bella
frase valía más que todas las aseveraciones de Kropotkin”.
Obras poéticas de Carriego: Misas herejes (1908), La fonda, La bandera celeste, Vida y
muerte en Aragón, La muerte del cisne, Tu secreto, Flor de arrabal (cuento - 1927),
etcétera. Falleció en Buenos Aires.
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