Mittelbach, jefe de Policía del gobierno provisional de Farrell, en la madrugada del sábado 13 va a Tigre a buscar a Perón, a quien encuentra paseando con Evita.
Perón pregunta dónde será llevado. El subjefe de Policía, mayor Héctor D´Andrea, “invita” al Coronel a trasladarse a la cañonera Independencia, prometiéndole ser reubicado en un hábitat más decoroso: la nave zarpa hacia la isla Martín García.
El almirante Vernengo Lima juró como ministro de Marina. Juan Fentanes, se hizo cargo de la secretaría de Trabajo. No iría el presidente de la Corte a ver a Farrell, pero sería representado en la persona del Procurador General de la Nación. Aunque siempre Farrell sería el presidente, la responsabilidad del gobierno la tendría el Procurador, Juan Álvarez, quien designaría los ministros y gobernaría a la manera de un premier inglés. Le sugirió a
Ávalos la solución.
Álvarez tenía fama de hombre ecuánime y desinteresado. No era el presidente de la Corte
pero era la figura subordinada a ese tribunal. Conformaría a los que clamaban por “el
gobierno a la Corte”; no sería presidente “a cargo”, sino un primer ministro que formaría
gabinete a conciencia –menos, claro está, las carteras militares- quedándose el general
Farrell como titular. Lo que satisfacía a los militares.
Se ponía a ese hombre para que dirigiera las elecciones. Se garantizaban así elecciones
correctas y también –y sobre todo- permitir a Sabattini mantener su oposición al “gobierno
militar”, y llevarse al país –sindicatos inclusive- detrás suyo.
Ávalos llevó a Álvarez a Olivos (donde Farrell pasaba todo su tiempo, porque para nada
se lo necesitaba en la Casa Rosada) a fin de que el mismo presidente le ofreciera formar
el gabinete. No sabe si su cargo de Procurador General de la Nación le permite
desempeñarse en política; pide tiempo para estudiar el tema y consultar a hombres
probos.
Roberto Repetto, presidente de la Corte Suprema (aliviado por desprenderse del
problema), no encuentra inconvenientes. Álvarez para estar más seguro, pide a los
presidentes de las cámaras de apelaciones en lo federal, civil, comercial y criminal. El
ofrecimiento y la responsabilidad son el poder judicial íntegro. Todos están conformes y el
domingo acepta el ofrecimiento.
Empieza las consultas. Ha quedado un poco demodé y comienza con Saavedra Lamas,
quien fuera ministro de De la Plaza y de Justo; tiene un Premio Nobel. Nadie sabe lo que
hablaron, pero pasado el trance -que creyeron histórico- prefirieron olvidar esas horas.
Seguro que le ofreció la Cancillería, objetada por Saavedra que pretendía funciones más
altas. Se presume que convino con Saavedra un gabinete “de lujo”, con figuras apolíticas
(la frase “nada de políticos” de Ávalos a los coordinadores democráticos, deja suponer
que la condición había sido conversada con Álvarez). Es que ningún radical hubiera
aceptado un ministerio por la posición antimilitarista del partido; tampoco Alfredo Palacios,
ni los de la Casa del Pueblo; los conservadores, más dúctiles para dominar escrúpulos, no
convenían; el recuerdo del fraude estaba vivo. Los demócratas progresistas o socialistas,
no contaban.
Sin prisa Álvarez siguió con sus visitas y ofertas a todo lo largo del domingo, el lunes y el
martes. Así completó su perfecto gabinete. Se reservaba la cartera de Interior; el doctor
José Figueroa Alcorta, antiguo juez y profesor, iría a justicia e instrucción pública; el
doctor Isidoro Ruiz Moreno, profesor de Internacional Público en la Facultad de Derecho,
a relaciones exteriores; el doctor Alberto Hueyo, exministro de Justo, a hacienda; el doctor
Tomás Amadeo, profesor de derecho agrario y presidente del Museo Social, a agricultura;
el ingeniero Antonio Vaquer (porque el ingeniero Atanasio Iturbe, presidente de varias
compañías ferroviarias no consiguió que lo autorizasen) a obras públicas. Con su
secretario mandó la lista a Farrell. Era miércoles 17 de Octubre; pero la historia sería otra
y el secretario debió volver con la lista, arrugada, en el bolsillo.
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