Cristina Kirchner, con el 45% de los votos, ganó en primera vuelta. Elisa Carrió venció en
la Ciudad de Buenos Aires y, en las generales, fue la escolta con el 23% de los sufragios.
Tercero fue Roberto Lavagna, que se impuso en Córdoba. El PRO fracasó. Alberto
Rodríguez Saá, referente de la ortodoxia justicialista.
Cristina estuvo a punto del logro de una diferencia histórica respecto de la segunda
candidata, Lilita. CFK duplicó el caudal de Néstor Kirchner en 2003, convalidación sin
sorpresas. Por su legitimidad y su mayoría parlamentaria las perspectivas eran de
gobernabilidad y un carisma particular marcando un nuevo estilo. Fue notoria la
disparidad geográfica y social de los apoyos: Cristina se hizo fuerte en el Conurbano
Bonaerense, en el NOA, en el NEA, en Mendoza y en “su” Patagonia. Pero bajó el
promedio en Capital, Rosario y Córdoba. Lilita forzó una habilidosa campaña, superando
su caudal en relación a cuatro años atrás. Roberto Lavagna y Alberto Rodríguez Saá
capturaron porciones focalizadas del padrón electoral. Daniel Scioli arrasó en Buenos
Aires, rebasó a Cristina y consolidó un poder propio que lo hará soñar una utopía. La
votación fue masiva. Aunque hubo folclóricas denuncias opositoras que de ningún modo
viciaban el resultado cuya diferencia lo hacía indiscutible. Así, los argentinos elegían por
primera vez a una mujer para la Casa Rosada y otra se quedó con la escolta. Se daba
continuidad a una gestión a la que pocos atribuían perduración en sus inicios.
La candidata oficial obtuvo, redondeando, entre el 25% y el 70% de los sufragios, según
el distrito. Ese abismo porcentual, que sólo registra antecedentes en 2003, es una
advertencia sobre la dificultad de interpelar a todos los argentinos con un proyecto común.
Lavagna se lució en Córdoba, flaqueó en CABA y Santa Fe. Carrió picó alto en CABA y
Rosario, no figuró en el NOA, estuvo mediocre en su Chaco natal.
El Frente para la Victoria (FPV) compitió con una oposición dividida, que le restó sólo tres
distritos. Se cimentó en bastiones clásicos del peronismo a los que añadió, por razones
evidentes, la Patagonia y Mendoza. Es significativo que se haya llegado a tanto tras todas
las peripecias que ensayó el presidente para construir una nueva fuerza política con la
transversalidad incluida.
La presidenta electa hizo una campaña tranquila, sabiendo que estaba bien punteada.
Mantuvo, básicamente, el patrimonio nestoriano -acumulado a lo largo del mandato de
Kirchner- con ciertos reveses fenomenales que sugiere que agregó poco a lo que tenía al
comienzo.
El soporte popular de Cristina Kirchner son las provincias que vieron resucitar sus
economías regionales y ascender a las capas más pobres de la sociedad, seguramente
las más receptivas a varios pilares del consenso del gobierno: la generación de puestos
de trabajo, la congruente merma del desempleo, la reducción del universo de la pobreza,
la ampliación de la masa jubilatoria. Ratificando lo visto en 2005 o ahondándolo, el punto
débil del kirchnerismo fueron los grandes centros urbanos: CABA, Rosario, Córdoba, Mar
del Plata. El kirchnerismo deberá reparar que no sólo le cuesta granjearse el aval de los
porteños, sino el de casi todas las urbes refractarias. El clivaje alude a imaginarios
políticos previos (peronistas vs. no peronistas) pero no sólo a eso. También a diversidad
de agendas y demandas entre distintos sectores clasistas.
Y Carrió volvió por sus fueros, fue hábil en la campaña. El diseño de la competencia,
signada por la ventaja dudosamente descontable de la favorita, incentivaba la búsqueda
del voto útil para el segundo puesto. En esa lid, la líder de la Coalición Cívica superó a
Lavagna en manejo, en su instalación imaginaria como la más opositora de todos y luego
en las encuestas. Premiada en la CABA, el distrito que le es más propicio, queda como
una referencia firme de la oposición, a pesar de sus dos traspiés contra Mauricio Macri:
ella misma hacía dos años y su aliado Jorge Telerman hacía cuatro meses.
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