Los confederales eran 10 mil, en su mayoría caballería. Parecía inminente la derrota de
los “trece ranchos”. La guerra del 59 tenía forzosamente que ganarla Buenos Aires por el
aislamiento internacional, desastre financiero, escasa coordinación política interior y
menor armamento militar de la Confederación. El triunfo de Buenos Aires era “seguro”,
mucho dinero, mejor ejército y sólido apoyo exterior. Sólo hubo un imponderable: Mitre.
Mediados de octubre: Mitre saca a su ejército de San Nicolás. Desea acercarse a Rosario.
Cruzó una cañada y se enteró que era Cepeda donde Ramírez y López derrotaron a los
directoriales. Esperó el ataque de Urquiza. Pronunció una grandilocuente frase: “Aquí fue
la cuna del caudillaje, aquí será su tumba”. Contaba 3.500 infantes al mando de Conesa,
Paunero, Emilio Mitre y Rivas y 24 cañones dirigidos por Nazar. La caballería -4.000
jinetes- comandada por Flores y Hornos no era desdeñable por la veteranía de sus
hombres, calidad de armas y caballos.
Los federales venían de Rosario, tenían 2 mil infantes y 15 cañones, era superior la
caballería –más de 8 mil-. Urquiza avanzó con convicción contra los porteños.
Mitre había leído textos europeos que se referían a formación oblicua y así dispuso la
infantería y la artillería; sorprendió a Urquiza que fracasó en su primera embestida. Pero
la oblicuidad era una alineación defensiva, se olvidó de cómo usar la caballería y la
comisionó como espía para saber cuán lejos estaba del enemigo. Se replegó a la cañada
evitando el combate.
Hornos y Flores con sus jinetes chocaron a las 10:00 del 23 con los federales que
cruzaban el arroyo Pavón. Se ordenó el repliegue, sin contestar el fuego del enemigo; los
húsares y dragones no comprendieron y escaparon a media rienda o “disparar a la criolla”
reconoció Hornos. De la división de Flores no quedó nada; Hornos con empeño logró
retener los suyos que Mitre mantendría inactivos detrás de las “oblicuas” infantería y
artillería.
Para acosar a la caballería porteña llegó Urquiza a Cepeda con el ejército federal. Se
desconcertó al encontrarse con la infantería porteña; su acecho fue apresurado, el parque
aún pasaba el Pavón y carecía de municiones. Pero no podía retroceder y debió
estimular el parque, mientras sus soldados esperaban resignados, a la vista del enemigo,
el inminente ataque.
Mitre no se movió. Su plan era defensivo y no ofensivo. Ante la confusión de Urquiza, que
al tropezar sin municiones con Mitre dio todo por perdido, ambos ejércitos quedaron
inmóviles desde mediodía hasta las 17:30 en que el parque federal le llegó a Urquiza. “A
Mitre no se le ocurre nada en el campo de batalla”.
Arribadas las carretas del parque junto al material, Urquiza ordenó el ataque. En vez de
cargar de frente contra los cuadros oblicuos, los envolvió en dos alas; la caballería
porteña, escarmentada esa mañana, “desapareció como el humo sin combatir” (palabras
del parte de Mitre); el orden oblicuo fracasó, y la infantería fue copada.
Mitre fue objeto de una embriaguez heroica. Como no vio enemigos al frente, dispuso un
avance que lo alejaba del campo de batalla: “¡Victoria, victoria!” gritaba espada en mano,
para alentar a su estado mayor (único que lo seguía), creyó que al no encontrar
resistencia era verdaderamente triunfador. Las pérdidas porteñas fueron tremendas: toda
la caballería, casi todos los cañones, las dos tercios de la infantería. Conesa, con
perspicacia y sangre fría, salvó su división.
A las 19:30 se puso el sol, y los federales cesaron el fuego. Mitre, con la intacta división
Conesa, no tenía la menor idea de cómo andaban las cosas e interpretó que los federales
cesaban el fuego derrotados. “Recorriendo la línea –dice- la saludé vencedora en el
campo de batalla a pesar del abandono de nuestra caballería. Las bandas de los
batallones entonaron el himno nacional, tocando diana las cornetas, y prorrumpiendo los
soldados con vivas entusiastas a Buenos Aires y la libertad”. Urquiza no se explicaba los
propósitos del “farsaico general en jefe, cuya impericia se había puesto de manifiesto
desde el primer momento”.
Mitre exultante de triunfalismo. Conesa y Adolfo Alsina lo desengañaron. Si seguían allí
caerían en poder del enemigo. Conesa, mostrando a Mitre en la noche los fogones
federales, le hizo ver que estaban completamente rodeados, y su fuerza era diminuta
comparada con la enemiga; Alsina le informó haberse perdido la totalidad del parque, y
apenas quedarían dos o tres cartuchos por soldado. A pesar de todo, el general se
resistió a aceptar la evidencia; debió llamarse a consejo de oficiales. “Sólo ahora me doy
cuenta que estoy derrotado”, confesó a Alsina.
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