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miércoles, 7 de octubre de 2020

8 DE OCTUBRE DE 1967: COMBATE HASTA EL ÚLTIMO SEGUNDO, EN LA QUEBRADA DEL YURO, ERNESTO "CHE" GUEVARA por Daniel Chiarenza


                                                                                       

Perdón por la poca originalidad y, que es peor, la poca creatividad, pero hay cuestiones que por la brillantez con que fueron escritas deben quedar incólumes como homenaje a la perduración de la buena literatura universal. 

Es por ello que otra vez recurro admirativamente al maestro Eduardo Galeano en El Siglo del Viento para que -como nadie podría hacerlo (salvo el otro rioplatense: Mario Benedetti)- nos aporte la parte poética, aunque desgraciada, en este relato tan trágico e inconcebible. 

Hoy, más que nunca, ¡Hasta la Victoria Siempre!:

“La metralla le rompe las piernas. Sentado, sigue peleando, hasta que le vuelan el fusil de las manos.

“Los soldados disputan a manotazos el reloj, la cantimplora, el cinturón, la pipa. Varios oficiales lo interrogan, uno tras otro. El Che calla y mana sangre. El contralmirante Ugarteche, osado lobo de tierra, jefe de la Marina de un país sin mar, lo insulta y lo amenaza. El Che le escupe la cara.

“Desde La Paz, llega la orden de liquidar al prisionero. Una ráfaga lo acribilla. El Che

muere de bala, muere a traición, poco antes de cumplir cuarenta años, exactamente a la

misma edad en la que murieron, también de bala, también a traición, Zapata y Sandino.

“En el pueblito de Higueras, el general Barrientos exhibe su trofeo a los periodistas. El

Che yacé sobre una pileta de lavar ropa. Después de las balas lo acribillan los flashes.

Esta última cara tiene ojos que acusan y una sonrisa melancólica”.

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Muerte y proyección.

La vida de Ernesto Guevara de la Serna, rosarino, médico, revolucionario, economista,

teórico, ha sido hasta ahora un encadenamiento crecientemente racional de

circunstancias y de actos; él ha procurado ejemplificar en su trayectoria, siempre, el efecto

de un determinismo consustanciado con su propia ideología. Pero este marxista riguroso,

este frío examinador de las realidades (que ha hecho de su existencia una demostración

de los factores que condicionan al habitante del mundo subdesarrollado y pueden elevarlo

dialécticamente hasta la pureza y universalidad que el Che alcanzó como ser humano),

trasgrede dos veces ese proceso dialéctico, en dos actos voluntaristas que,

paradojalmente, fueron imprescindibles para que el arquetipo llamado Che existiera. Uno,

cuando en la adolescencia, su individualismo lo lleva, en un impulso que no obedece a

ninguna fuerza extrínseca, a salirse de su clase social, a desclasarse para ingresar en la

parte desposeída de la humanidad. El otro, cuando (convencido de su soledad y falta de

probabilidades) decide iniciar la guerrilla boliviana y sellarla con su segura inmolación. Si

esta hipótesis es cierta, la certeza de su perdición añade a la peripecia de Guevara en

Bolivia un valor político que iluminará sin pausa a los revolucionarios latinoamericanos en

todas las luchas a venir. El 8 de octubre de 1967, a las tres de la tarde, Ernesto Guevara

se sienta detrás de un árbol, en la Quebrada del Yuro, a combatir concienzudamente

hasta que su fusil sea inutilizado por un balazo; el 9, esperará amarrado en el salón de

clase de la escuelita de La Higuera, a que el suboficial Mario Terán -borracho para darse

valor- entre con su carabina de ráfaga para terminar con una leyenda que duró doce años.

El Che -que comienza a vivir para siempre a partir de ese instante de su asesinato- se

sabía condenado desde que entró en la selva, por lo cual, paradojalmente, Terán, Prado,

Ovando, Barrientos y los agentes de la CIA que embalsamaron a su cadáver fueron sólo

instrumentos de los designios que el mismo Guevara había trazado. Solitario y, al mismo

tiempo, consciente de estar integrado como nunca en la gran corriente de la humanidad

"que ha echado a andar", se quedó a morir en Bolivia, porque esa era la parte final y quizá

decisiva para entenderla, de una grandiosa empresa que soñó como todo joven pero que,

entre los pocos elegidos de La Historia, pudo llevarla a cabo como Hombre.




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